Yerran quienes niegan un bagaje cómico de calado a la serie de películas que los hermanos David y Jerry Zucker dirigieron, junto a Jim Abrahams, desde 1980. A este lado del charco, tan proclive al reduccionismo y la impostura, hay quien quiere ver en ellas una simple acumulación de gags rodados en el momento oportuno, un mero ejercicio de derribo con pocas aspiraciones o, en el mejor de los casos, una nueva corriente dentro de la comedia estadounidense, cuyas limitaciones y simplezas justifican su brevedad, y su demanda, a la postre, en los videoclubes y corrillos de la época.
Pero la realidad es distinta. “Top secret!”, como antes “Aterriza como puedas”, es una fiesta para el estudioso de los iconos del humor americano en sus distintas etapas y cauces, desde la estructura televisiva en sketches del programa Saturday Night Live a los personajes del cartoon y la revista Mad (faro universal de la contracultura), pasando por los hermanos Marx y Los Tres Chiflados, sin olvidar al Mel Brooks de “Sillas de montar calientes”, pionera en establecer la desarticulación paródica marca de la casa, y clave, tanto de su aplauso popular, como de sus ponderables virtudes cinematográficas.
Dicha desarticulación no resulta, además, de un cúmulo de aciertos espontáneos, sino de una meditada disección en cadena de distintos clichés (formales, temporales, genéricos, psicológicos o sexuales) que, merced a su propio absurdo, dan curso a un arco de ingenio amplísimo capaz de abrazar, por igual, el chascarrillo zafio, el ilusionismo técnico y -atención- el puntual coqueteo con un surrealismo tan clásico en sus formas que, de haberse impuesto al desenfado general, suscitaría aún la curiosidad de los expertos.
Ese prurito innovador, y su lograda cohesión con los hitos y bajezas de la cultura media, son precisamente los que distinguen a esta película, y a las demás de la era ZAZ, de sus recientes herederas espurias, sobre las que pesa mucho más el descreimiento, y con él la gracia nula de la modernidad. Llenando el metraje con ideas, y no al revés, el supuesto desconcierto de “Top Secret!” se orquesta dentro de un argumento que tampoco es nada simple para tratarse de una película del año de Orwell: el cantante Nick Rivers (Val Kilmer, en claro trasunto de Elvis Presley) acude como invitado para cantar en la Alemania Oriental, sin sospechar que, tras su participación en un gran espectáculo, existe un plan distractor del alto mando para reunificar el país bajo un mismo gobierno.
Obviando la primera subversión (pura burlesque), por la que se integra a Rivers como una figura con trazas de posguerra en una Alemania Oriental controlada por nazis (a los que todavía asedia la resistencia francesa), el resto, insisto, no es precisamente material de relleno. La demolición alcanza ora al propio cine (con guiños a “El mago de Oz” y a las escenas de amor con chimenea, inaugurando el western submarino o parodiando “El lago azul”), ora al tratamiento de las relaciones románticas, especialmente cuando Rivers se convierte en parte de la resistencia y ayuda a Hillary Flammond (Lucy Gutteridge) a rescatar a su padre (Michael Gough), ora al montaje elemental, como acredita la magistral escena con Peter Cushing, concebida y rodada para proyectarse al revés. Pero, a mi entender, son esos ecos surrealistas a los que me refería, y en los que la cinta trasciende su presunta despreocupación, los que la han indultado contra el juicio del tiempo. Le tengo especial cariño al gag del caballo que canta “A hard day´s night”, por cuanto guarda, no sé bien por qué, una extraña belleza en su monumental disparate. Pero el soldado que se hace añicos de porcelana al caer desde una torre, las motos que escapan espantadas como corceles, o los hombres que bajan volando a posarse sobre la estatua de una gran paloma, resultan innegables en su calidad de momentos de inspiración pura, y deben reconocerse en su clara vocación de superar lo visto hasta entonces. A pesar de Mel Brooks, del éxito y mayor fama de las dos parodias de “Aeropuerto”, y de las tribulaciones del pobre agente Cedric (Omar Shariff), al final, “Top Secret!”, ni era un zurullo, ni era de coña. Antes al contrario, fue la cumbre efímera de sus directores.