Willy Toledo está mayor. Y no me refiero a su pelo blanco ni a su barba blanca ni a sus canas blancas. Aunque también la lividez ondulada que centellea sus rizos a través de los huecos que deja la marabunta que se precipita a saludarlo nos recuerda que no es el mismo jovenzuelo sexual y travieso que protagonizaba El otro lado de la cama (Emilio Martínez-Lázaro, 2002). En cualquier caso, es su voz. Es su voz la que lo hace mayor. Ahora Willy suena a añejo, al vino que en lugar de refinarse se vuelve ácido con el tiempo. Quizás se deba a su afición por el cigarro o a lo mucho que ha tensado sus cuerdas a lo largo de su vida. Porque si algo ha caracterizado su carrera profesional (¡cómo odia esa palabra!) son los bandazos y los gritos, pero nunca los silencios. Y, por suerte, habla mejor de lo que canta.
No entraré en demasiados detalles sobre El rey (Alberto San Juan, 2018), la película que presentaba este viernes en Multicines Tenerife, para salvaguardar mi anhelo de que quien me lea también se atreva a mirarla. Con la esperanza de que pase inadvertida por el editor (para quien no esté familiarizado con la jerga periodística: es como un censor, pero sin el “como”), enunciaré a continuación una síntesis brevísima que bien podría hacer las veces de subtítulo del filme: El rey es el manifiesto cinematográfico definitivo contra la monarquía española.
Pero El Rey no siempre fue una película. Comenzó siendo, en realidad, una obra de teatro. Deslenguada, crítica y profundamente arriesgada, tuvo que esperar más de un año y medio para terminar de ser adaptada a la gran pantalla. Ya lo dice el propio Toledo: “Esta cinta es la conclusión lógica de más de 20 años de trabajo conjunto con la compañía Animalario, de nuestro compromiso con el pueblo y nuestro sentido de justicia social”.
Algunos apuntes sobre El rey
Tal vez esto último es lo que tuvo siempre en la cabeza Alberto San Juan al escribir el libreto original y, más tarde, al dirigir su película en compañía de Valentín Álvarez. Al menos, eso es lo que parecen confirmar las palabras del madrileño: “Queríamos reflexionar sobre las causas por las que España es como es; para eso era fundamental hablar sobre la Transición”. Y no le falta razón a Willy Toledo: el período clave de la historia contemporánea española es esa especie de limbo macabro en el que se sumergió el país entre la muerte del dictador y el consenso político que trajo la democracia a España.
Por todo ello, no podría haber mejor elección que Luis Bermejo para encarnar a un humanizado rey Juan Carlos. Las culpas, el peso de la responsabilidad, las decisiones motu proprio y los doblegamientos, las debilidades y justificaciones… todos estos axiomas se derrumban sobre su cabeza cuando se ve obligado a abdicar en 2014. El balance que lleva a cabo El rey no es baladí, sino que resume a golpe de carcajada las vivencias de Carlitos (como se refieren a su majestad en el filme) desde su nacimiento hasta su abdicación. Tiraré incluso de refranero español porque la reflexión se merece yacer sobre este lugar común: El rey, su trama, sus entresijos, su avidez de venganza y su lograda reconstrucción política e histórica nos empujan a reír por no llorar.
Canarias, el paraíso de la infancia
Don Juan, el dictador Francisco Franco (en una versión a lo Matrix), Cebrián, Villarejo, Adolfo Suárez, Felipe González… y así hasta llegar a una veintena de personajes (interpretados por Toledo y San Juan) se pasean por la pantalla para atormentar desde el pasado al rey jubilado. A mitad de la entrevista, el invitado estrella pide agua. Me apresuro a anotarlo: hasta el más mínimo detalle parece confirmar ahora mi teoría sobre lo resentidas que están sus cuerdas vocales. Pero no se mantiene callado por mucho rato y exclama:
– La libertad la conocí en el Médano.
Y entonces relata su infancia y vagabundea por callejones alejados de la película y del acto y sigue contando su vida y confiesa: “Mi abuelo es de Charco del Pino, mi padre, de Granadilla, mis raíces están en el Médano y en el sur de esta Isla”. Cuando se disipa la sorpresa, entonces lo entiendo un poco más. Imagino los veranos en una playa canaria de hace cuarenta años y me vienen a la mente algunas palabras sueltas. Tierra, desierto, sol, salitre, aulaga y amigos. Crecer sin cadenas, sin asfalto, sin miedo a represalias. Saltar desde el muelle, beber de la botella, broncearse sin la marca del bañador…
¿Cómo podría Willy Toledo renegar de todo eso? ¿Cómo podría borrar de su juventud el recuerdo de los alisios? ¿Cómo podría luego someterse? Lo cierto es que no lo ha hecho. “El capitalismo y la democracia son incompatibles”, sentencia. “Creo”, continúa, “que hemos sido demasiado indulgentes con el rey; los borbones llevan 300 años viviendo a costa del pueblo”. Aunque reconoce, no obstante, que hay que saber ponerse en sus zapatos.
Willy Toledo y polémica, la definición de sinonimia
El actor, que confiesa no preparase para ninguno de sus papeles, tampoco tiene recelos en admitir que no creía en que finalmente fueran a distribuir el largometraje. “Pensábamos que la película iría directamente a YouTube, pero está teniendo muy buena acogida”. Es cierto: lleva nada menos que cinco semanas en cartel en Madrid, todo un logro para una película de su presupuesto.
Willy Toledo, mucho más zafio que la cinta que protagoniza (El rey no incurre en demasiados enjuiciamientos, sino que reconstruye la etapa de la Transición con sus principales agentes y protagonistas para que el espectador pueda hacer su propia interpretación de los hechos), reconoció que echaba en falta un componente religioso en la cinta, en tanto que la Iglesia católica jugó un rol imprescindible para el sostenimiento del franquismo. Como contrapunto, no dudó en hacer alguna que otra referencia al obispo Bernardo Álvarez Afonso y al drag Sethlas.
Otras polémicas tampoco pasaron desapercibidas. Con el tema de Cataluña, se mostró claro: “Me importa bastante poco España una o 51. A mí la unidad de España me da igual, lo que me preocupa es la unidad del pueblo. Las fronteras habría que dinamitarlas, como el Valle de los Caídos… Con los restos de Franco dentro, claro”, bromeó. Y también se mojó con sus propios conflictos con la justicia: “Desde el año 73 solo ha habido un juicio por blasfemia. El mío, por ofensa a los sentimientos religiosos, será el segundo”.
Ese es uno de los grandes problemas que desvela la película y que él mismo critica. “La Transición fue un engaño, una farsa maquillada que nos fueron colando poco a poco”. Para ilustrar ese “barniz democrático” que se le dio a los mecanismos del régimen franquista, no escatimó en nombres: Fraga (que ocupó altos cargos políticos durante la dictadura, pero también durante la etapa democrática de la mano del Partido Popular), Cebrián (hijo del director de Arriba, el principal diario de la Falange, y director de TVE durante los últimos años del franquismo, pese a que luego ocuparía el asiento de director en El País y, más tarde, del Grupo PRISA) o Billy el Niño (miembro de la policía franquista condecorado con una medalla al mérito policial), entre otros muchos.
«El comunismo es el único camino que nos queda para avanzar»
“España es el único país europeo que no consiguió vencer al fascismo, tuvimos que soportarlo durante 40 años más, lo que trajo un atraso político, cultural, jurídico y tecnológico y una profunda misoginia reforzada por el catolicismo”. Lo que es más: tras Camboya, España lidera el ranking en número de desaparecidos a nivel mundial. Tampoco se muestra demasiado esperanzador con respecto al presente: “El neoliberalismo ha conseguido atomizar a la sociedad; el american dream, el emprendimiento… Todo eso es una tomadura de pelo, nos invisibiliza y separa”, concluye.
“Desde hace cinco años, sufro un veto profesional”, confiesa hacia el final del acto, “vivo del teatro y de mis últimos trabajos en Argentina”. Pero Toledo lo tiene claro: “La única manera de avanzar es el comunismo o el anarquismo”. Se despidió saludando a las fuerzas de seguridad y orden del Estado que pudieran estar presentes en la sala como no podía ser de otro modo:
– Bona nit.
Que no te confunda el hipocorístico de Guillermo. Willy, el de los veranos en el Médano, se ha hecho mayor. Habrá que empezar a tomarle en serio.