Mi vecino Totoro (Hayao Miyazaki, 1988) cumple 30 años desde su creación y, con motivo de la celebración, el Festival Isla Calavera lo trae a la gran pantalla. Su primera proyección fue el jueves 22, donde pudieron disfrutar los más pequeños, su principal público, de la fantástica historia de este guardián del bosque. Fue ayer, viernes 23, la oportunidad del alumnado de los ciclos de Realización y Producción del CIFP César Manrique, quienes asistieron para poner a prueba sus conocimientos, visión cinematográfica y plantear dudas.
Durante la visualización se pudieron escuchar sorpresas y risas, un ambiente de disfrute envolvía la sala. Los estudiantes escudriñaban la película con sus ojos, más expertos hoy en día que la primera vez que vieron esta peculiar historia y les marcó como niños. Muchos de ellos confesaron al principio no haberla visto, lo que sumaba expectación.
Tras 86 minutos de un relato mágico, comenzó el coloquio posterior, precedido por Manuel Díaz, crítico de cine, y Víctor Conde, escritor, y miembros del grupo cinéfilo Charlas de Cine. Era el momento de tomar la palabra y comentar todas esas dudas y percepciones que Hayao Miyazaki, director de la película, había puesto en el universo de Totoro y las pequeñas hermanas, Satsuki y Mei, hubieran generado en el público presente.
La magia y sencillez del filme
Tanto los ponentes como el público coincidieron en que en el filme el director consigue que coexista la magia y la realidad de manera armónica. No se produce un choque entre lo real y lo fantástico, todo se integra de una manera orgánica. Esta conexión le da un toque llamativo. Se trata de una película de género fantástico que nos habla de situaciones cotidianas. Asimismo, se destacó que Mi vecino Totoro se sale del típico cine de animación estadounidense, como es el caso de la factoría Disney porque sus personajes tienen un carácter más humano, gracias a la dimensión emocional que Miyazaki les otorga. “Los personajes parecen actores hechos animación”, declaró Díaz. No obstante, ante la pregunta de un alumna sobre los parecidos entre la obra y Alicia en el País de las Maravillas (Clyde Geronimi, Hamilton Luske, Wilfred Jackson, 1951) los ponentes comentaron la admiración del director hacia la magia del animador estadounidense. Se nota en otros aspectos como el parecido entre el Gatobus y el Gato de Chesire, por ejemplo, o cómo una de sus producciones posteriores, El viaje de Chihiro (Hayao Miyazaki, 2001), es la versión de este cuento.
Las técnicas y el guion fueron puntos fuertes de la charla. Un alumno preguntó acerca de la repetición de técnicas y recursos utilizados, lo que comentó que le había parecido curioso, sobre todo por la capacidad de lograr que no se percibiera a simple vista. Conde le respondió que “es la típico en el anime. Son elementos que ha asumido como su identidad. Antes por necesidad a causa del poco presupuesto, pero ahora se ha convertido en su espíritu”. En cuanto al guion, ciertos componentes del público acusaron su sencillez. Los conferentes defendieron esta crítica con el hecho de que la película va dirigida principalmente a la infancia, mientras que otras producciones del director, como La princesa Mononoke (Hayao Miyazaki, 1997), sí tienen más peso y un trasfondo mayor. Víctor Conde añadió que “Totoro sigue los principios aristotélicos, como es el de la unidad de pensamiento e intención en el desarrollo de su historia pues se centra solo en esta. Pero se nota que a Miyazaki le gusta más lo abstracto, como se puede percibir en El viaje de Chihiro”.

La BSO y lo autobiográfico
Durante el debate, la banda sonora jugó un papel importante debido a la duda de un espectador sobre el parámetro empleado. Conde asoció el éxito de las bandas sonoras de los filmes de Miyazaki con “su gran relación con el compositor Joe Hisaishi, pues la comunicación entre ambos es fundamental”. Asimismo, añadió que “el compositor consigue conectar con la visión fantástica del director. La banda sonora transmite magia, pero no saca de la calma. Se apoya en el sentimiento y la escenografía. Y, a su vez, cada elemento tiene su latemotiv, como es el caso del Gatobus y los duendes del polvo. Lo más destacable es que la banda sonora es sinfónica y consigue que todos los músicos suenen”.
A lo largo del diálogo se mencionaron múltiples producciones de Miyazaki posteriores a la proyectada, lo que llevó al planteamiento de si existía una evolución en su trayectoria. Díaz relacionó ese desarrollo con la inclusión del ordenador, que el director logra fusionar con sus técnicas de animación clásica con dibujos a mano. Sin embargo, comenta que “la manera de Miyazaki de ver la animación es de forma más clásica, demostrándolo en Ponyo en el acantilado (Hayao Miyazaki, 2008)”.
Toda la sala coincidió en el éxito de Studio Ghibli. Tanto por parte de Miyazaki, como por Isao Takahata, a pesar de las diferencias entre ambos directores. Ambos cineastas optan por figuras femeninas fuertes e independientes. En el caso de Miyazaki, las protagonistas recogen tintes autobiográficos como ocurre con la madre de las niñas de Totoro, tal y como comentó Conde, quien coincide con la progenitora del autor en que ambas sufrieron tuberculosis y estuvieron internadas en el hospital. Además, Takahata está más encaminado en el estilo tradicional japonés. A pesar de sus desemejanzas, el triunfo de dicho estudio se podría relacionar con la dirección de ambos artistas en las distintas producciones. Díaz lanzó al aire la interrogación sobre el futuro del estudio, ya que Takahata ha fallecido y Miyazaki se encuentra en retiro profesional.
Ante el clamor del público por la proyección en la gran pantalla de dicha película, se planteó la cuestión de si habría posibilidad de contar más adelante con otros filmes del mismo estudio. A lo que Manuel Díaz declaró: “Ganas hay de sobra, ya sea para charlas o festivales; sin embargo, todo dependerá de los permisos que nos otorgue la distribuidora”.
El Festival Calavera continúa hasta el día 25. Hoy cuenta con una mesa redonda, donde participa Paco Cabezas, entre otros. Así como la entrega del Premio isla Calavera de Honor a Enzo G. Castellari tras la visualización de su film 1990: Los Guerreros del Bronx (Enzo G. Castellari, 1982).