“¿Alguna vez has hecho algo que mejorara tu vida?”. Este era el reproche que el profesor Sweeney le lanzaba a un (impecable) Edward Norton en medio de su crisis existencial carcelaria. El otrora brillante Derek, ahora reconvertido en skinhead, aún estaba lejos de completar el via crucis que le conduciría hacia su respuesta. Lo que estaba claro es que, entre los barrotes de su celda, todos sus ideales comenzaban a tambalearse y a mostrarse como lo que realmente eran: meros esbozos de miedo irracional.
Sin embargo, aquella pregunta no era una línea pasajera en medio de un guion sembrado de citas célebres. Se trataba, en realidad, del interrogante que se clavaba en la conciencia emocional del espectador como una declaración de intenciones. En efecto, American History X, debut en el cine del londinense Tony Kaye, hasta entonces conocido por sus aclamados videoclips musicales, estaba predestinada a convertirse en una película de culto instantánea.
Desde sus primeros minutos de metraje, la cinta nos pone la cara en el asfalto y nos escupe una buena dosis de violencia a la cara. La esvástica tatuada en el pecho del protagonista, su corte de pelo y hasta la pistola que guarda en la mesilla de noche lo dejan claro: aquel deleznable personaje está diseñado para ser odiado. No obstante, a medida que avanza el relato, se derrumban las primeras líneas de defensa del cinéfilo más escéptico. El neonazi violento y explosivo al que da vida Edward Norton (nominación al Óscar incluida), una vez desprovisto de sus capas superficiales, de pronto se convierte en un joven complejo y lleno de matices. Los hechos traumáticos que han definido el curso de su vida entran en conflicto con las nuevas experiencias que ha de afrontar. Es entonces cuando el verdadero debate filosófico del protagonista sale a flote: ¿hasta qué punto pesan más los referentes vitales que lo que sufrimos en nuestras propias carnes?
La dualidad moral, reforzada por el uso del blanco y negro, se transforma poco a poco en la dueña del resto de la historia. Cuando Derek sale de prisión y el color reconquista la pantalla, ve en su hermano pequeño (Edward Furlong) un reflejo de sus mismos errores. El látigo del fascismo, ahora a través de los diálogos, atiza de una forma tan cruda al espectador que ya no hay interés en descubrir si finalmente aquellos dos desventurados alcanzan la redención. Es entonces cuando Kaye pierde el férreo timón del relato y comienza a transitar por dilemas éticos en los que no se detiene el tiempo suficiente. El filme va saltando de aquí a allá, cámara angular en mano, perdiendo algo de fuelle cuando el monstruo verde sale de escena.
Lo que distingue a esta ópera prima de otras obras menores como La Ola (Dennis Gansel, 2008) es su pulso firme y la frialdad de su apuesta visual, sin caer (casi) nunca en lo meramente efectista. Hacia su tramo final peca, sin embargo, de convertir su complejo trasfondo social en una simple moraleja que, más que intensificar la tensión dramática, se deja a sí misma en ridículo al romper con toda credibilidad.
La película, pese a combinar elementos remarcables con otros que no lo son tanto, funciona de manera coherente y demoledora. Aunque parte de una premisa bastante simple (un neonazi entra en la cárcel por sus crímenes), la puesta en escena, sumada a su provocador mensaje, hacen que merezca la pena verla al menos una vez. “El odio es un lastre, la vida es demasiado corta para estar siempre cabreado”, sentencia el personaje de Furlong. Con sus luces y sombras, American History X es ese algo pensado para hacer mejor la vida del espectador. Un notable alto para Sweeney y sus alumnos rapados.
Título original: American History X | Año: 1998 | País: Estados Unidos | Director: Tony Kaye | Guion: David McKenna | Música: Anne Dudley | Fotografía: Tony Kaye | Reparto: Edward Norton, Edward Furlong, Fairuza Balk, Stacy Keach | Productora: New Line Cinema | Género: Drama | Fecha de estreno: 18 de marzo de 1999