“Siempre nos quedará París”, le decía el duro y enigmático Rick Blaine a Ilsa Lund en Casablanca (Michael Curtiz, 1942) cuando se estilaban los besos inclinados y la épica del amor eterno y correspondido en blanco y negro. Una suerte de los doce trabajos de Hércules que conducían a los enamorados al éxtasis del encuentro y al salto de cualquier impedimento a su pasión. Nunca supimos cómo terminarían, si seguirían de la mano mientras envejecían sentados en sus respectivas mecedoras colocadas en una solana de madera blanca en Arizona, o si en su senectud dudarían de a qué se atenían, como Kate en 45 años (Andrew Haigh. 2015).
Qué es el amor, se pregunta un adolescente mientras se atraganta entre roscas e hipidos el El diario de Noa (Nick Cassavetes, 2004) o cualquier otro relato de Nicholas Sparks. A qué ha de aspirar, al silencio tortuoso y la buena ventura de El apartamento (Billy Wilder, 1960) o a la espera de una transformación milagrosa que atraiga la atención del pretendido como en Sabrina (Billy Wilder, 1954).
Sin embargo, y a pesar de las pericias del amor romántico, el siglo XXI y la era de la posverdad, las mentiras y las desilusiones, los desengaños y la apertura sexual, conllevan un replanteamiento del discurso cinematográfico que se alumbra en la pantalla y alcanza nuestros más ocultos anhelos.
1. Lost in translation (Sofia Coppola, 2003)
Una joven Charlotte (Scarlet Johansson) se mide ante Bob (Bil Murray) en un combate de silencios, complicidades y escaramuzas que les brinda la ciudad de Hong Kong. Ella es una joven casada con un fotógrafo y él es un actor de renombre. La vida de ambos se ve sumida en un sinsentido hasta que chocan entre sí. Este largometraje pausado discurre entre gestos, palabras calladas y los posibles. ¿El amor triunfa? No veremos una huida hacia delante, ni tan siquiera un gato que bajo la lluvia haga que los amantes se estremezcan, pero sí un karaoke y la barra de un bar, elementos cotidianos y deseos que, a veces, nunca llegaron a suceder, como la vida misma.
2. Olvídate de mí (Michel Gondry, 2004)
Poco o nada queda de quiénes fuimos. En un futuro lograremos que las máquinas borren de nuestro cerebro aquellos recuerdos que más daño nos hagan, convirtiendo así los hechos traumáticos, las rupturas y las peleas en cuentos de hadas que se volatilizaron. Sin embargo, Joel (Jim Carrey) desea revertir el proceso y, en un intento por recuperar los detalles de lo que ha compartido con Clementine (Kate Wistley), repasa los últimos momentos junto a ella. Nos habían dicho que el amor era suficiente, que la fuerza de los pálpitos acallarían la rutina, la irritación y la indiferencia o apatía… Nada más lejos de la realidad. Una escena: los dos tumbados encima de un lago helado, una volátil y efímera muestra de lo que es la felicidad.
3. Once (John Carney, 2007)
I don’t know you
but I want you all the more for that.
Un musical indie por las calles de Dublín alumbró el dueto de Glen Hansard, un cantante y compositor que trabaja en la tienda de su padre, y Marketa Irglova, una inmigrante checa que vende flores por la calle. Ninguno de los dos ha tenido suerte en el amor y contemplamos cómo ese pequeño milagro se va cociendo con acordes y melodías. Caminamos a su lado, es una especie de documental que disecciona a cada personaje y recuerda el miedo que impregnan las oportunidades que asaltan nuestra existencia cuando las heridas están mal cerradas.
4. 500 días juntos (Marc Webb, 2009)
Todo el mundo odia a Summer, cómo se ríe, cómo llora, los lunares que recorren sus clavículas, la manera que tiene de fruncir el ceño… O eso creíamos hasta que la comprendimos. The Smiths unen a John (Joseph Gordon-Levitt) y a Summer (Zooey Deschanel) y la tragedia solo está a punto de comenzar. 500 días dura su romance, apenas un año y las sobras de un sentimiento que se alimenta de las expectativas e ilusiones que John va acumulando. Esta es crónica anunciada de una ruptura en la que, con un humor ácido y mordaz en la que se contrasta lo vivido con lo presente, no sabemos de qué parte ponernos. Pero, si Summer no lo tenía claro, ¿cómo lo vamos a saber nosotros?
- Los chicos están bien (Lisa Cholodenko, 2010)
Escribía Tolstói que «Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada». Nic (Annette Benning) y Jules (Julianne Moore) apenas tienen razones para ello. Son una feliz pareja de lesbianas que viven con sus dos hijos adolescentes Joni (Mia Wasikowska) y Laser (Josh Hutcherson), frutos de una inseminación artificial. Sin embargo, recién cumplidos los 18 años, Joni decide romper ese oasis en calma y desea saber quién es su padre biológico: Paul (Mark Ruffalo), un hombre que trastocará la vida de la familia. Así, con un tono agridulce y ágil, Cholodenko relata cómo los cambios en el modelo de familia tradicional afectan a los roles desempeñados por cada miembro, donde el amor sigue siendo un lazo intangible al que, a veces, no sabemos cómo aferrarnos.