En un instante de un día cualquiera de nuestras vidas crecemos. Así, de repente. Crecemos y tomamos conciencia de lo que pasa a nuestro alrededor: vemos a mamá llorar, a papá mudo, sin nada que decir, y el mundo se expande hacia diversos e inhóspitos horizontes que se encuentran más allá de la tierra mojada del huerto.
Ese crecimiento repentino es el que experimenta Amos Oz (Amir Tessler), el protagonista de la primera película como directora de Natalie Portman: Una historia de amor y oscuridad (2015). Basada en la autobiografía del premio Nobel de Literatura, el largometraje fue presentado en el Festival de Cannes en la primavera de 2015 y, durante 95 minutos, cuenta la infancia del escritor hebreo tras la finalización del Mandato Británico en Palestina y la aprobación de la declaración de independencia del Estado de Israel (1947-1949). Una situación de guerra, penurias económicas y sociales que asuelan a la nación, que busca la independencia de los ingleses y la comprensión de sus hermanos árabes.
Al estilo de los dramas de época, no solo el exterior se vuelve un campo de batalla, sino que las relaciones cotidianas con los familiares y amistades, incluso el colegio, se transforman en otro caballo de Troya. Arieh (Gilad Kahana), el patriarca, se esfuerza por expandir sus conocimientos filológicos a su hijo, a quien instruye en cada paseo, comida o lapso de tiempo que le permita el trabajo y la confrontación armada. De esta manera, le va desentrañando el uso de las palabras: por qué se utilizan, cuándo, cuál es su origen y lo que esconden… Y, junto a su madre, Faria (Natalie Portman), contribuye a ese afán literario que a lo largo de los años lo transformarán uno de los mejores novelistas de su país.
Aquí es donde pone el acento Portman, quien resalta los roles de poder, de género, la afectación personal y los sueños que se truncan por la guerra. Así, a través de los ojos de Amos, observamos cómo se suceden las cartillas de racionamiento, los intentos por sobrevivir y triunfar de su padre, y los alistamientos de los infantes en apoyo al ejército israelí buscando botellas de vidrio para los “deliciosos cócteles” molotov. La visión inocente del niño se va transformando, de manera callada y taciturna. A pesar de ello, quedan pequeños oasis de tranquilidad a través de los relatos de Fania. Contempla a su madre, la admira y ve cómo, poco a poco, su voz se va apagando. Esta relación será el eje central de los acontecimientos.
La fotografía muestra el pasado con una pátina oscura y brillante, y hace uso del contraste entre estos claroscuros como una demostración del sentir del protagonista hacia todo lo que está ocurriendo. Amos es demasiado joven como para encontrar las palabras que describan qué pensamientos le provocan esas ambigüedades de la existencia de los adultos. Mientras, la banda sonora apostilla estos sentimientos de manera sencilla, con un piano y algunos arreglos más, acompaña y se queda en un segundo plano para que los personajes tomen vida.
La encargada de hilar el nudo conductor de esta historia es la voz en off de un Amos que mira al pasado, ya anciano. Vislumbra qué ocurrió entre tantas sombras y recompone los significados que resultaron incomprensibles en su niñez.
Esta es una película valiente que da pie al debate al representar a la figura de Oz, reconocido pacifista que busca una solución al conflicto mediante el diálogo, en el celuloide. No obstante, en ocasiones el relato adolece de un desasosiego interpretativo pues pasa por la guerra, la situación israelí y la trama familiar de manera superflua y no termina de explotar los recursos dramáticos de cada una de ellas.
Una primera puesta de largo en la filmografía de Natalie Portman, a la espera de nuevas noticias.
Título original: A Tale of Love and Darkness |Año: 2015|País: Israel |Dirección: Natalie Portman|Guion: Natalie Portman (Memorias: Amos Oz)| Música: Nicholas Britell |Fotografía: Slawomir Idziak|Reparto: Amir Tessler, Natalie Portman, Makram Khoury, Shira Haas, Gilad Kahana