‘Beginners’ y la magia del comienzo

“Mira, la mitad de las personas creen que las cosas nunca saldrán bien, y la otra mitad cree en la magia”, le dice Anna a Oliver en una mañana grisácea en la que una bata es lo único que le recubre el cuerpo.

Tal vez sea esa magia, la fantasía o la nostalgia la que empaña los ojos de Oliver (Ewan McGregor), el protagonista de «Beginners» (2010), cuando mira a su padre, un hombre de 75 años con más de cuatro décadas de matrimonio a sus espaldas que, tras seis meses desde el fallecimiento de su esposa, le confiesa que es gay.

Esta sería, a bote pronto, la premisa con la que Mike Mills (1966), director y guionista de la película, recibe a los curiosos que se inmiscuyen en el relato de la que ha sido su propia historia. Su propio padre le confesó que era homosexual, y éste también se murió posteriormente debido a un cáncer. Es más, antes de dedicarse a la cinematografía, fue dibujante, tal y como le sucede a Oliver, su homónimo.

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De esta forma, se establecen dos líneas temporales que reflejan el presente que vive Oliver y que se entrelaza sin mayor confusión con los últimos meses en los que convivió con su padre (Christopher Plummer). Una puesta en escena plagada de referencias visuales y plásticas como si se trataran de retazos de la memoria: «este es el sol en el año 1955 y así es en el 2003» -en el cual se sitúan los acontecimientos-, o las estrellas y el presidente, o cómo se besaban los enamorados y se fumaba y lloraba.

Y, de repente, llega alguien que te echa abajo los esquemas. Ese es el papel de Anna (Mélanie Laurent), una actriz que se encuentra a Oliver, alguien que, sin irse, se va. Una combinación de dos principiantes, extraños y expectantes ante las imprevisibles vueltas de la vida, acompañados por el bamboleo de la cola de Arthur, el perro a quien todo el mundo habla porque sabe escuchar.

La vida es esto que va sucediendo: es sexo, amor, vida, tristeza…

Las ironías y la paradoja de las vivencias existentes pueblan el universo de la pareja protagonista. Ellos lo analizan con la perspectiva que les han dado los años, y, criándose en un siglo plagado de promesas fallidas, se dan cuenta de que “se les ha dado la oportunidad de ser infelices”. Algo con lo que no contaron sus padres. Por ello, se esfuerzan por superar las frustraciones que sufrieron aquellos.

“Tú señalas y yo conduzco”, le dice Oliver a Anna, atravesando calles y callejones en la noche. Es, sin lugar a dudas, la composición de los personajes, su sencillez y candidez, la que engrandece una historia que toma a las emociones y a los pequeños detalles como seña de identidad. De esa naturalidad se benefició Christopher Plummer durante el rodaje, quien se mimetiza con su personaje sin fisura alguna y que le valió, finalmente, en el año 2011, el Oscar a Mejor Actor de Reparto.

Un relato melancólico aderezado con la banda sonora compuesta por el trío Roger Neill, Dave Palmer y Brian Reitzell, que va desde las piezas al piano que discurren como ríos en una tarde de otoño hasta la voz rasgada de una mujer que canta jazz en los años 60.

Ingredientes perfectos para una película maravillosa y fluida, que se pega a la piel y se torna inolvidable.