“Moonlight”, la ganadora de tres Premios Óscar en 2017 a mejor película y guion adaptado del director Barry Jenkins (“Medicine for melancoly”), y mejor actor de reparto (Mahershala Ali), narra la vida de un chico de raza negra que intenta superar, en cada una de las facetas descritas en el rodaje, las dificultades emocionales que puede sufrir cualquier persona en sus circunstancias, con la misma edad y condición, independientemente de su etnia.
La película se desarrolla en tres épocas diferentes de la vida de este hombre como la infancia interpretada por Alex Hibbert (Little), la adolescencia representada por Ashton Sanders (Chiron) y la adultez, cuya actuación desempeñó Trevante Rhodes (Black), tres actores diferentes para un mismo papel en el que no se destacó especialmente ninguna de las ejecuciones.
El filme, del que esperaba más, no llegó a cubrir las expectativas que una película oscarizada propone. Las escenas acompañadas de una buena banda sonora (Nicholas Britell) y una buena fotografía (James Laxton) no relatan nada nuevo. La historia se centra en los conflictos internos de un ser humano, como cualquier otro en la misma situación, que aprende a vivir solo en un entorno hostil en el que persigue constantemente el bienestar intentando a la vez entender el porqué de las tendencias que siente y que le desconciertan.
Las dificultades de un niño con graves problemas como una madre drogadicta, unos compañeros que lo acosan y la vida convulsa en una ciudad en la que el vicio y la mala vida predominan, son los ingredientes que hacen que la producción retrate la vida de muchos menores y adolescentes que, por las condiciones en las que les toca vivir, tienen que crecer en medio de múltiples situaciones adversas que les impiden llegar a una adultez sana y libre de traumas y complejos.
La búsqueda de la supervivencia, sumada a la dificultad del chico para expresarse, combinan elementos que logran despertar en el espectador la sensación que pretende transmitir el director. Black llega a ser el adulto que se esperaba, cuya forma de relacionarse con los demás es característica de una persona que ha llegado a la edad madura enfrentándose a una multitud de inconvenientes. La confesión al final de la trama no aporta nada.
A ratos lenta en la narración y con muy poca acción, la cinta corre el riesgo de invitar al aburrimiento. Tanto el final del filme como el papel de actores secundarios, como Teresa (Janelle Monáe), que tiene un sitio relevante en la vida del personaje y casi ni se ve, o Juan (Mahershala Ali), que desapareció de repente, se diluyen en el desarrollo de la historia dejando a la audiencia con la impresión de que falta algo. La única que destaca es Paula (Naomie Harris), la madre, que aparece a lo largo de toda la película. Barry Jenkins se identifica con este drama, que sufrió en primera persona, al tener una progenitora adicta al crack, pero en el que faltaron elementos que impidieran dejar a los espectadores con la percepción de un desenlace inconcluso.