Ochenta y cuatro años han pasado desde que vimos por primera vez a un mono gigante y a una joven Fay Wray en las manos de este mítico personaje. Una vez más, el famoso simio ha vuelto a la gran pantalla y protagoniza una réplica de la figura manoseada y típica de King Kong, pero con aspecto rejuvenecido. Sin embargo, el paisaje donde se desarrolla la acción en esta película es una misteriosa isla del pacífico. Su director, Jordan Vogt-Roberts, utiliza animales gigantes, monstruos para conseguir un mundo fantasioso y lleno de aventuras, pero no lo logra.
La narrativa y los diálogos entre personajes son simples, sencillos por lo que no se trata de una historia profunda y que haga reflexionar al espectador. También el argumento es repetitivo y no original, puesto que a lo largo del largometraje, las escenas se vuelven cada vez más previsibles. Este blockbuster se asemeja a otras producciones como «El Planeta de los Simios» o «Godzilla», por lo que si su cometido es atraer a un público que busqué divertirse y no pensar durante casi dos horas lo consigue.
Lo salvable de «Kong: La Isla Calavera» es la fotografía y los efectos especiales utilizados. Son destacables los planos de Kong con la fotógrafa, la actuación de Brie Larson, los colores del atardecer junto a la figura del mono y los cortes de plano, como, por ejemplo, la escena del simio cogiendo los helicópteros seguida de un soldado comiéndose un sándwich. Además, los actores realizan un buen trabajo. Sobre todo John C. Reilly, que se encarga de aportar sentido del humor durante la película caracterizado como un militar que se encontraba en la isla.
Considero que es una superproducción vacía de contenido donde no existe una historia que vaya más allá de la acción. Sirve como entretenimiento y para disfrutar de los efectos especiales puesto que son lo mejor de este filme fallido.