Todo empezó con ellos, con los espías rebeldes que consiguieron la primera victoria importante frente al Imperio al robar los planos de la Estrella de la Muerte. Pero a pesar de ser el detonante de la trama de «Una nueva esperanza» (1977), estos héroes anónimos apenas conformaban un escueto pie de página dentro de la enorme saga en la que se acabaría convirtiendo «Star Wars». Treinta y nueve años después, gracias a Disney y a sus intenciones de que la Fuerza esté con nosotros cada Navidad hasta el 2020 (aunque seguro que se prolongará más), por fin descubrimos cómo se robaron los dichosos planos. A priori, «Rogue One» parece concebida como un aperitivo entre el episodio VII y el VIII, una curiosidad hecha a medida de los más fanáticos que funciona asimismo de excusa para que la compañía de Mickey Mouse llene sus ya de por sí abarrotadas arcas, y aunque así sea, lo cierto es que la película es todo lo que podíamos esperar de ella partiendo de unas expectativas realistas.
Porque aunque en teoría el estudio otorgue más margen de maniobra para estos spin-off que se intercalarán con los episodios de la historia principal, sería de ilusos esperar que «Rogue One» hubiese sido concebida como un espectáculo de masas, con una gran inversión detrás, que se pudiese permitir el lujo de esquivar derroteros archiconocidos. De hecho, la trama se limita en buena parte a seguir a los protagonistas de un planeta a otro en busca de una persona o un objeto, de forma lineal y sin sobresaltos. Sin embargo, si a «El despertar de la fuerza» (2015) se le achacó ser un remake encubierto de «Una nueva esperanza», el film de Gareth Edwards mantiene la suficiente y respetuosa distancia como para labrarse una identidad propia: escenarios inauditos en la saga, como el planeta tropical donde se desarrolla el tercer acto, o una ciudad en ruinas que no se diferencia demasiado de las zonas en conflicto bélico del mundo real, ausencia de Caballeros Jedi, de sables láser y de las típicas cortinillas de la saga que daban paso a una nueva escena, una atmósfera pesimista y sombría que nos retrotrae a «El imperio contraataca» (1980) y, por primera vez en la saga, una visión desencantada de la Alianza rebelde, de la cual se cuestionan sus métodos contestatarios y la inoperancia de sus altos cargos.
El mayor problema que acarrea la narración se vislumbra poco antes de comenzar la batalla final, cuando uno de los personajes le hace un comentario cariñoso a la protagonista: hemos presenciado las circunstancias por las cuales se ha formado ese pequeño y multiétnico grupo de rebeldes “radicales”, pero jamás hemos percibido que se haya creado un vínculo especial de camaradería entre ellos. El trazo de los personajes no es tan grueso y esquemático como el de los que pulularon por «Godzilla» (2014), el anterior film de Edwards, y nadie puede cuestionar el carisma de Felicity Jones y de sus compañeros de fatigas, ni el acertado cinismo implícito en el alivio cómico que ejerce el robot K-2, pero la relación entre todos ellos es muy endeble. Aún así, resulta imposible no inmutarse ante un tercer acto que, aun siguiendo el esquema tradicional de la saga de alternar la acción entre diferentes escenarios terrestres y espaciales, se erige como uno de los más emocionantes, vibrantes y hermosos que nos ha dado la saga.
«Rogue One» no es ni mucho menos el desastre que muchos auguraron cuando se anunció el rodaje de escenas adicionales. Es un espectáculo sólido y competente, oscuro y adulto hasta el punto al que le han dejado llegar, que rinde homenaje a aquellos individuos que se sacrifican por una causa, por un bien mayor, aunque luego pasen a los anales de la Historia como un colectivo anónimo, y de paso nos trae de vuelta a un Darth Vader que impone tanto como la primera vez que lo conocimos. Su breve participación es tan disfrutable como incómoda resulta la de ciertos personajes que regresan por obra y gracia del CGI; una aparición breve pasa, pero recrearse en el “milagro digital”, por muy admirable que sea, no se libra del artificio inherente. Con todo, la película cuenta con el mejor desenlace posible para este, en líneas generales infame, 2016; una secuencia que no sólo encierra la esencia del film, sino que nos da un poco de aliento para afrontar con optimismo lo que está por llegar.