Quien más quien menos habrá visto, por lo menos una vez en su vida, «El exorcista». Los que no, seguramente no se habrán atrevido por la fama que llegó a tener en su momento. Como Hitchcock con «Psicosis», William Friedkin trascendió por siempre con un filme que llegó de la nada, que se rodó envuelto en cierta controversia, pero que granjeó una serie de leyendas y maldiciones que aún a día de hoy siguen coleando. No fue un camino fácil, no fue un filme fácil, pero, a pesar de todo, valió la pena el sufrimiento.
William Peter Blatty, autor del best-seller «The Exorcist» se acordó de Friedkin y de su pequeña película de un millón ochocientos mil dólares «French Connection» (1971), que acabó recaudando más de cincuenta millones y cuatro premios de la Academia, cuando los directores más importantes de Hollywood declinaron uno por uno llevar al cine su obra. Blatty se encargaría de firmar el guión sobre su propio libro, y tendría crédito de productor (algo de lo que se arrepentiría no muy tarde). Friedkin siempre buscaba dar que hablar, y por eso era perfecto para dirigir una patata caliente como «The Exorcist».
«El Exorcista-la película» iba a costar unos ajustados tres millones; el problema principal era encontrar a la niña poseída, personaje clave para el relato. Ellen Burstyn (Chris McNeill) fue la primera en unirse al reparto. Burstyn declaró haber mantenido un romance durante el rodaje con el director, relación que éste negó. Hubo un fuerte interés en Marlon Brando para el rol del padre Merrin, pero Friedkin se cerró en banda; con Marlon, «El exorcista» sería una película de Marlon Brando, y debía ser una película de William Friedkin. Finalmente, tras varias sesiones de casting, Linda Blair (Regan), demostró un conocimiento suficiente de la obra, y una madurez que cautivaron a Friedkin. Mientras que el manejable Max Von Sydow –en lugar del inicialmente previsto Brando-, Jason Miller (Karras) y el veterano Lee J. Cobb (Teniente Kinderman), completaron el reparto.
Friedkin tardó más de un año en terminar «El Exorcista», desde el primer golpe de claqueta. En una de sus típicas jugadas contrató a un editor novato para que no tuviera listo ningún montaje hasta que no finiquitara el rodaje, y así nadie vería el film terminado antes que él. Durante la filmación contrató a un sacerdote de verdad para que le diera la extremaunción a uno de los personajes; le obligó a hacerlo en más de quince tomas. En la última se acercó, le abofeteó y regresó a su monitor. Aquella fue la toma válida. Cuando el personaje de Chris (Burstyn) es brutalmente empujada por su hija poseída Regan contra la pared, el gesto de la actriz es real -en ese momento se produjo una tremenda protusión y las secuelas del golpe y los problemas de espalda le durarían toda la vida-. Poco antes había avisado al director de que el encargado de tirar de la cuerda sujeta a ella para crear el efecto del empujón se estaba esforzando demasiado, pero Friedkin no le hizo caso. Se gastaron cientos de miles de dólares en climatizar la habitación de Regan para que el vaho saliera realmente de la boca de los actores. Y como muestra total de la monumental (y enfermiza) minuciosidad de Friedkin, la escena del desayuno, donde el ama de llaves cocina bacon se prolongó durante cuatro días: un plano que no excede los 20 segundos de metraje.
Al acabar el rodaje, Friedkin, autoproclamado dueño y señor de la película, despidió a su editor de paja y en su lugar puso a un veterano con el que se encerró en la sala de montaje. Lalo Schifrin fue despedido también después de dirigir a una orquesta de más de cien componentes porque la música que entregó, en palabras de Friedkin, era una sonata mexicana. Jack Nitzsche le sustituyó. Con los míticos acordes de Mike Olfield como añadidos. El presupuesto se fue hasta los casi 15 millones de dólares, aunque en su momento solo hicieron oficial que era de doce. La Warner la estrenó sin pases previos, temerosa de las reacciones del público. No estaban nada desencaminados, «El Exorcista» fue un shock. La gente hacía colas para verla, salían del cine sin saber qué ni quién les había golpeado de aquella manera. Al final, el precio a pagar valió la pena: Friedkin había vuelto a ganar. Más de 440 millones mundiales, uno de los grandes mega-hits de la historia del cine. Posiblemente la cinta de terror más influyente desde «Psicosis», trece años antes. Estaba en la cima del mundo, pero lo que aún no sabía es que cuando bajara de ella se iba a cruzar con todos aquellos a los que había pisado para alcanzarla.