Se termina el sándwich. Sale de la salita. Atraviesa la oficina del Motel Bates. Entra en su habitación y decide darse una ducha. Mientras al otro lado de la pared, desde un agujero minúsculo, un ojo de mirada penetrante y curiosa la observa. A continuación, se produce el momento culmen de la película. Hitchcock consiguió con esta escena un gran impacto tanto en sus primeros espectadores, hace 56 años, como en los últimos en pleno 2016. Probablemente, el colocar la secuencia de la bañera a mitad de la trama es la causa principal del gran éxito del film, puesto que genera sorpresa porque era algo inesperado por el público.
El argumento cambia a partir de este momento. Las personas estaban envueltas en Marion Crane (Janet Leigh) huyendo en su Ford negro de su antigua vida y de los problemas que dejó en Arizona. Y, de repente, una película de suspense donde el hilo principal de la historia es algo material, se convierte en género de terror, de miedo debido a la locura humana y al trastorno psicológico del joven Norman Bates (Anthony Perkins), que conllevan la muerte. El cambio de historia realizado por este gran director es espectacular y brillante, en mi opinión, porque consigue mantener en tensión, atentos y engañados al público durante toda la trama para que, al final, el dinero, que era lo que más preocupaba a todos, quede reflejado con un simple guiño al final del largometraje.
El rasgo más característico de esta obra es la presencia de la muerte causada por problemas psicológicos de los seres humanos. En películas anteriores a esta como «Extraños en un tren» o «Vértigo», también aparecen crímenes asociados a problemas psicológicos como pueden ser el odio hasta proponerle a un desconocido fríamente matar a alguien, o la desesperación y el enloquecimiento que llevan al suicidio, por lo que es un factor común que genera miedo y terror en sus espectadores.
«Psicosis» manifiesta el trastorno de doble personalidad unido al complejo de Edipo; en este caso, es amor por su padre y odio y rencor hacia su madre en Norman Bates, a quien los celos llevan a la locura y a cometer crímenes pasionales provocados por los sentimientos y pensamientos contradictorios expuestos en su subconsciente.
La elección de Bernard Hermann para darle ritmo a este largometraje fue muy acertada. La música es envolvente, te adentra en cada escena y transmite la sensación constante de peligro y riesgo. Además, después de tantos años, esta banda sonora se ha introducido en nuestra memoria auditiva asociándola con esta obra. Esto hace que se transforme en una pieza única e irrepetible, tanto la música como la película.
También la técnica utilizada por el director juega un gran papel. El uso de primeros planos y de planos detalle consigue el acercamiento del público. Dan sensación de oscuridad, ansiedad, suspense y angustia. De todas las escenas destaco dos planos: el zoom-out en el baño del ojo de Janet Leigh y el travelling de las escaleras en la casa de Bates, los cuales transmiten a la perfección las sensaciones dichas anteriormente.
Anthony Perkins, que encarna al protagonista, realiza un excelente trabajo de interpretación. Esto se ve reflejado, sobre todo, en sus expresiones faciales y su mirada, mostrando ambas caras de la moneda y distintos sentimientos como pueden ser la confusión o la culpabilidad. Transmite perfectamente los pensamientos tanto de un personaje como de otro, siendo el mismo actor. Sin su actuación, la película seguramente no hubiera obtenido toda la fama que tiene ahora. El reparto del film y su trabajo aportan credibilidad al argumento.
Indudablemente, «Psicosis» es un clásico del cine independientemente de si nos agrada o no el film. Fue pionera en conseguir que los espectadores empaticen con el asesino. “Es muy triste que una madre tenga que declarar contra su propio hijo. Pero no podía permitir que creyeran que el crimen lo cometí yo”, puede escucharse en la última frase, dejando hasta el último momento la incertidumbre y confusión de quien es la víctima realmente.