Los mejores thrillers que nos dio Norteamérica en los años 50 fueron una distinguida combinación de películas dirigidas por Hitchcock. El mago del suspense dominó el género con clásicos como “Vértigo” o “La ventana indiscreta”, sobre todo porque fue el momento en el que comenzó a utilizar el technicolor en sus trabajos. Su talento emborronó la marca de varios directores que también realizaron sus contribuciones al género durante aquel decenio. Una de ellas es «La noche del cazador”, dirigida por el espléndido actor británico Charles Laughton.
Basa en la novela de David Grubb y con guion de James Agee, el film se alza entre lo mejorcito de los clásicos que nos ha dado el cine norteamericano. El libro está basado en la verdadera historia del famoso asesino en serie Harry Powers, que acabó con la vida de varias viudas a las que conoció por la puesta de anuncios en un periódico, en la columna de «corazones solitarios». Fue ahorcado en Moundsville, West Virginia en 1932.
La película no fue bien recibida en un principio, ni a nivel comercial ni crítico, como tantos otros clásicos. “Taxi Driver” (1976), «Pulp Fiction» (1994) y “Bajo el sol de satán” (1987), esta última dirigida por el incomprendido Maurice Pialat, fueron vapuleadas y ganadoras de la Palma de Oro en Cannes en sus respectivos años de estreno. La diferencia está en que Laughton no pudo soportar las críticas. Se desilusionó tanto que no volvió a dirigir otra. Incluso dejó de lado su siguiente proyecto, “Los desnudos y los muertos”, basado en la novela de Norman Mailer sobre la II Guerra Mundial «The Naked and the Dead», que finamente pasaría a manos de Raoul Walsh («La gran tirada», «El último refugio»).
Lo fascinante de esta película reside en que se estrenó hace 60 años y continúa siendo escalofriante. Después de décadas en las que el género gore y la violencia explícita han llegado a su tope en el cine, «La noche del cazador» persiste en ponerte los pelos de punta. En medio de la Gran Depresión que se vivía en Norteamérica en los años 30, un guapérrimo predicador con voz grave y engatusante, Harry Powell (Robert Mitchum), termina en prisión donde conocerá a un hombre (Peter Graves), que será ahorcado a la mañana siguiente por haber robado 10.000 dólares con el fin de mejorar el bienestar de sus hijos. Powell se dedica a asesinar viudas sin remordimiento, pues considera que al Todopoderoso no le importa, ya que su «libro» está a rebosar de «muertes». Es así como el apóstol decide ir en busca del dinero, por lo que se topará con Willa (Shelley Winters), la viuda del condenado, que terminará devorando las mentiras del sensual predicador, incluyéndole así en la vida de sus dos hijos: John y Pearl (Billy Chapin y Sally Jane Bruce). Ambos pequeños saben dónde está el dinero, porque estuvieron presentes cuando su padre lo escondió antes de ser detenido, y le juraron no revelar donde se encuentra. Powell lo descubrirá, e intentará embaucarlos para descubrir su paradero.
Al comienzo de la película vemos a una maestra que les imparte una lección a un grupo de niños y les explica de forma contundente: “No juzguéis si no queréis ser juzgados. No os fiéis de los falsos profetas”. John no necesitó escucharla para saber que el predicador Powell era pájaro de mal agüero. A través de los primeros planos de la mirada inquisitiva y perspicaz del pequeño, percibimos la maldad que emana de la figura amenazante de predicador. Ese miedo que sentimos cuando aparece su figura se la debemos a la cinematografía de Stanley Cortez (deslumbrante trabajo en el «El cuarto mandamiento») , y a la frecuencia con la que sitúa la silueta de Mitchum, y sus sombras, en la oscuridad de la noche cantando la icónica «Leaning on the everlasting arms«, un himno publicado en 1887 con música de Anthony J. Showalter, con letra del mismo y del compositor americano Elisha Hoffman.
Una de las escenas más significativas (y creepys) del filme es aquella en la que el bonachón tío Birdy (Jack Gleason), amigo de John, descubre la figura de una de las víctimas de Powell, sentada en un coche en el interior de un estanque mientras pesca. La cara de pavor de Birdy cuando la descubre, unido al primer vistazo a la cara de la mujer, y el suave movimiento de su pelo bajo el agua (conseguido mediante una ventilador), es imborrable.
Otro de los pilares que consagran esta joya del cine negro, es la que fuera estrella del cine mudo Lillian Gish (“Duelo al sol”) y su realista señorita Cooper, una mujer que terminará acogiendo a John y Pearl, junto a otras 3 niñas, tras haber escapado de las garras del predicador Powell y su navaja. Después de haber perdido a su, suponenos, único hijo (no se especifica en el filme qué le ocurrió), vemos a una señora independiente, creyente y curada de todo, que decide invertir todo su amor en unos niños aparentemente abandonados. «Soy un árbol fuerte con ramas para muchos pájaros. Todavía sirvo para algo en este mundo», asegura, tajante.
La mejor escena del largometraje se sitúa en el momento en el que que la señorita Cooper, sentada en su mecedora y su escopeta, comienza a cantar al unísono con Powell , que se encuentra sentado en las afueras de la casa donde se encuentran los niños, el icónico himno de la película. El combate entre la fe de la mujer y el fanatismo extremo del predicador, a través de la letra, resulta digno de ver. Ya lo decía él cuando comenzaba a engatusar a la gente con su usual historia de los icónicos tatuajes Love («amor») y Hate («odio»), situados en los nudillos de sus manos: el amor y el odio siempre están luchando. Ese enfrentamiento entre el cariño y adoración de Cooper por los niños que ha acogido, según ella su único propósito para seguir con vida, y la aversión del apóstol, hacia los infantes que no le dicen dónde se encuentra el dinero, es uno de los tantos aspectos que marcan la grandeza del filme.
La mirada indagadora de John, el magnífico himno, el terrorífico Robert Mitchum y la singular señorita Cooper, han conseguido que «La noche del cazador» perviva por su excepcionalidad. Sobre todo Mitchum, que aunque para él solo fue un personaje más y no se dejó adular por las buenas críticas por su terrorífico predicador, aportó uno de los mejores villanos de la historia del cine. “¿Es que no duerme nunca?”, suspira exasperado John cuando ve la silueta del persistente Powell sobre un caballo aproximándose en la nocturnidad hacia su refugio. Simplemente soberbia. 9,5.
Datos hilarantes:
-La figura de Mitchum que se aproxima en un caballo era un enano montado sobre un pony. Laughton y Cortez jugaron con la falsa perspectiva.
-El novelista, David Grubb, sugirió a Laughton que buscara un hombre mayor para interpretar a Powell. Laughton le explicó porque había elegido a Mitchum: «La gente que vende a Dios, Davis, debe ser sexy».